Tuvieron que pasar 33 años para que la ciudad de Cincinnati vuelva a ilusionarse con alcanzar, por primera vez, la gloria máxima en la NFL. El domingo 13 de Febrero de 2022, en Los Ángeles, los Bengals harán su primera aparición en un Super Bowl desde 1988. Se enfrentarán ante los Rams en su casa, el SoFi Stadium, en un evento que incluirá un concierto plagado de estrellas en el entretiempo.
Un escenario que ni el más optimista podría haber imaginado meses atrás, aún cuando los Bengals tenían un inicio de temporada prometedor. De hecho, el propio quarterback del equipo, Joe Burrow, admite que no esperaba llegar tan lejos antes de que comience la campaña: “Creo que si me hubieras dicho antes de que iniciara la temporada que llegaríamos al Super Bowl, probablemente hubiera dicho que estás loco. Después, jugamos toda la temporada y nada me sorprende”.
La temporada 2021 significó un giro rotundo para la franquicia de Ohio. De ser últimos en su división, la AFC Norte, por tercer año consecutivo en 2020, pasaron a ser los ganadores, por encima de los Pittsburgh Steelers, Cleveland Browns y Baltimore Ravens. A partir de ahí, gestaron el camino hacia el Super Bowl LVI, al que accedieron tras una épica remontada ante los Kansas City Chiefs de Patrick Mahomes en la final de la Conferencia Americana.
La transformación de los Bengals, que dejaron atrás su mote de equipo débil para convertirse en uno de los más respetados de la liga en tan sólo un año, tiene mucho que ver con la llegada de Burrow. Tras una decepcionante temporada en 2019, en la que terminaron con récord de 2-14, los Bengals se aseguraron la primera selección del Draft del año siguiente por ser el equipo con la peor marca. Y no dudaron al momento de elegir a quien venía de tener un año fantástico en el fútbol americano universitario.
El fútbol americano, en los genes de los Burrow
Nacido un 10 de diciembre de 1996 en Ames, Iowa, la vida de Joe Burrow estaba ligada al deporte ni bien llegó al mundo. Su padre, Jim, jugó fútbol americano universitario en Nebraska (al igual que los hermanos mayores de Joe, Jamie y Dan) y tuvo una larga trayectoria en los roles de entrenador asistente (Iowa State y Nebraska) y coordinador defensivo (North Dakota State y Ohio University).
Sin embargo, Burrow no quería ser quarterback al principio: “Quería ser corredor o receptor, no sé por qué. Supongo que pensaba que en el fútbol americano infantil no lanzarían mucho el balón, así que quería tenerlo en mi mano. Obviamente, me alegro de que haya funcionado. Esta es mi carrera, no sé si podría haber sido receptor en la NFL, pero puedo jugar de quarterback bastante bien.” El tiempo le dio la razón a su entrenador de la infancia, que lo formó en esa posición. Mientras su padre trabajaba en la universidad de Ohio, Burrow asistía a la secundaria en Athens. Allí, se destacó tanto en fútbol americano y básquetbol, aunque luego optaría por el primero.
Como quarterback de los Bulldogs, Burrow condujo a la escuela a los playoffs en tres años consecutivos antes de dar el salto a la universidad. Su excelente estadía en Athens (11400 yardas aéreas y 157 touchdowns) culminó con un gran 2014 que le valió el Mr. Football Award, un premio al mejor jugador de fútbol americano de escuela secundaria en Ohio. Cuatro años después, el estadio de la escuela fue renombrado en honor a Burrow.
La irrupción a la escena nacional
Su explosión en el fútbol americano universitario tardó en llegar. Luego de tres temporadas en Ohio State (aunque en la primera no jugó para adaptarse y estirar su período de elegibilidad), donde sólo jugó 10 partidos y se graduó en servicios financieros para el consumidor y la familia, Burrow se cambió a Louisiana State University (LSU) en 2018 y a partir de allí escribiría otra historia. Fue nombrado quarterback titular en su primera temporada, en la que completó casi 3000 yardas con 16 touchdowns y cinco intercepciones. Y el año siguiente fue aún mejor.
El 2019 de Burrow es considerado como la mejor temporada de un quarterback en la historia del fútbol americano universitario. Ese año, Joe condujo a los Tigers de LSU a la consagración en el campeonato nacional tras una temporada regular invicta (15-0) y, además, ganó el Trofeo Heisman (otorgado al mejor jugador de fútbol americano universitario del año) con un récord de casi 2000 votos de diferencia sobre Jalen Hurts, hoy quarterback de Philadelphia Eagles.
Con 5671 yardas, 60 touchdowns y seis intercepciones en aquella temporada, Burrow se despidió del deporte universitario acumulando un registro total de 8852 yardas, 78 touchdowns y once intercepciones. Ya estaba listo para dar el paso a la NFL y sería sin lugar a dudas el jugador a elegir por los Bengals, que contaban con la primera posición del Draft.
La primera selección suele generar la esperanza de que el destino de un equipo puede cambiar, pero muchas veces las expectativas no son cumplidas o hace falta algo más que un jugador para lograr modificaciones. En su año de novato, parecía que Burrow tendría una misión imposible en tratar de revertir la suerte de Cincinnati.
Una revolución en Cincinnati
Fue nombrado titular ni bien se sumó a los Bengals, pero las debilidades de la línea ofensiva y la carencia de talento en otras posiciones dejaron al recién llegado un tanto solo. Ya en la segunda semana frente a los Browns, en la que firmó 316 yardas y tres touchdowns, se reflejaba la falta de ayuda que Burrow recibía, ya que el equipo no pudo aprovechar su gran actuación y perdió 35-30. Aunque logró su primera victoria dos semanas después, al equipo le costó levantar cabeza y la NFL le terminaría proporcionando una dura bienvenida al joven quarterback: en la semana 11 frente a Washington, una lesión de gravedad en su rodilla izquierda le impidió a Burrow terminar la temporada. Los Bengals terminaron el 2020 con un pobre récord de 4-11-1. Era esperable que Cincinnati tardara un tiempo en fortalecerse, aún con el prometedor quarterback en sus filas. Pocos imaginaban que el salto llegaría en la próxima temporada.
Con la quinta selección del Draft 2021, los Bengals seleccionaron al talentoso receptor Ja’Marr Chase, quien además de asomar como uno de los jóvenes más prometedores de su camada, ya se conocía muy bien con Burrow de sus años en LSU.
El quarterback encontró en él al socio que le faltaba en el campo de juego: con 81 recepciones, Chase aportó 1455 yardas (récord de la NFL para un rookie y la mejor marca en la historia de la franquicia) y 13 touchdowns. Teniendo en cuenta su química en los años universitarios (conectaron 621 de 906 pases para lograr 8565 yardas, 76 touchdowns y 11 intercepciones en dos temporadas juntos en LSU), podía anticiparse que este dúo funcionaría muy bien. Solo que nadie sabía que lo lograrían tan rápido.
Sin embargo, no fue solo la llegada de Chase lo que potenció a Burrow. Aunque los problemas de la línea ofensiva persistieron, ya que Burrow recibió 51 sacks en la temporada regular y otros 12 en los playoffs, los cambios en la defensa potenciaron al equipo: agunas de las caras nuevas fueron BJ Hill, Larry Ogunjobi y Trey Hendrickson (quien firmó libre y registró 14 sacks).
Una decisión clave fue la selección del pateador Evan McPherson en la quinta ronda del draft. Aunque muchos lo subestimaron, el tiempo le dio la razón a los Bengals. McPherson completó el 84.4% de las anotaciones de campo en la temporada regular y desempeñó un papel protagónico en el camino hacia el Super Bowl: convirtió las 12 anotaciones de campo que pateó en postemporada, incluidas las que le dieron la victoria a Cincinnati frente a Tennessee Titans y ante los Chiefs.
Desde luego, poco hubiera importado todo esto sin Joe Burrow. No solo se recuperó al 100% para el comienzo de la temporada, sino que volvió mejor todavía. Los Bengals empezaron con el pie derecho y, aunque tuvieron algunos altibajos en cuanto a resultados, su triunfo en la semana 16 ante los Ravens confirmó que tendrían una temporada ganadora por primera vez en seis años. Aquel día, Burrow se llevó todas las miradas al registrar 525 yardas (récord personal y de la franquicia) y cuatro touchdowns. La semana siguiente, Joey repitió una actuación estelar en el triunfo 34-31 frente a los Chiefs al lanzar 446 yardas y cuatro touchdowns para asegurarle a los Bengals el primer lugar en su división.
De esa manera, Burrow cerró la temporada regular con 4611 yardas y 34 touchdowns, lo que supuso un récord en la historia de los Bengals.
Semejante nivel significó también un aviso de cara a los playoffs. Burrow continuó haciendo historia en Cincinnati ni bien empezó la postemporada: el triunfo ante Las Vegas Raiders en la ronda de comodines terminó una sequía de 31 años sin victorias para los Bengals en los playoffs. El éxito en Tennessee en la ronda siguiente significó la primera vez que Cincinnati ganó como visitante en unos playoffs. En la final de conferencia, Burrow y compañía revirtieron un duro comienzo para remontar un 21-3 en contra, forzar el tiempo extra y ganar el juego a través de McPherson.
Por si había alguna duda, Burrow demostró que fue una acertada primera selección. Tan solo en su segundo año en la liga, logró lo que los Bengals tanto esperaron por más de tres décadas e ilusiona a Cincinnati con entregarle el esquivo trofeo Vince Lombardi. La franquicia había llegado al Super Bowl dos veces en su historia, en 1981 y 1988, pero cayó en ambas ocasiones ante los San Francisco 49ers.
Con su triunfo en la final de Conferencia Nacional, Los Angeles Rams evitaron una tercera final entre los Bengals y su verdugo. Aunque Matthew Stafford y compañía presentan un reto difícil, además de que jugarán en casa, nadie podrá quitarle la esperanza a Cincinnati, independientemente del resultado. Ya han sido muchos los años de pesimismo y frustración. Ahora es tiempo de creer, porque empieza un nuevo capítulo en su historia. Y quien mejor que Joe Burrow para ser quien lo escriba.
Martín O’Donnell